lunes, 20 de abril de 2009

Escuela N°1-737 - El Puerto - Lavalle - Mendoza

Esta es una de las escuelas que queremos ayudar
La información está tomada del blog:
http://www.temasafondo.blogspot.com

La comunidad huarpe de El Puerto construyó su escuela a espaldas de la desidia de los funcionarios de las distintas gestiones que desde 2005, en su mayoría, sólo se encargaron de entorpecer el proyecto y negar el apoyo. El derecho básico a vivir con los propios hijos no les asiste a las comunidades rurales de toda la provincia, que deben desprenderse de sus niños durante diez días para que vivan en escuelas albergue. La historia de la patriada de los huarpes de El Puerto, 150 kilómetros al norte de la Ciudad de Mendoza, no sólo muestra lo que es capaz de hacer una comunidad organizada y solidaria, sino que pone en duda la función de las escuelas albergue y la efectividad de los proyectos educativos que deciden por sobre las condiciones culturales y humanas de los sectores con menos oportunidades. La crónica que sigue se escribió en base al documental “Güentota, una escuela para El Puerto”, del realizador Miguel Ángel “Patán” Purpora, que se estrenará el 19 de abril, día del Aborigen, en el microcine de la Ciudad de Mendoza.

































































Este es el orgullo de la comunidad huarpe que no depende del Estado provincial
Hartos de que el Gobierno provincial no disponga medios para que los niños de la comunidad huarpe puedan estudiar cerca de sus padres se construyó una escuela por iniciativa propia. El cacique Ramón Azaguate manifestó su malestar por el discurso 
del Gobernador del pasado primero de mayo, donde se jactó de haber apoyado a las escuelas albergue de Lavalle.

La comunidad huarpe que habita el desierto lavallino ha logrado levantar su propia escuela.
Dándole la espalda al Gobierno provincial que ya se ha jactado de haber contribuido a la educación de los niños de dicha comunidad, los mismos habitantes de la localidad de El Puerto, le han dicho basta a la desidia de los funcionarios de distintas gestiones que vienen realizando desde 2005 y construyeron su propio establecimiento edu
cativo con el fin de que los niños puedan educarse sin alejarse tanto de sus familias a la hora de estudiar.
El comunicado que no tiene desperdicios está actualmente publicado en un blog que coordina Miguel García Urbani.


El malestar contra el Gobierno provincial de esta comunidad es tan grande que el mismo cacique, Ramón Azaguate, ha debido salir al cruce de las declaraciones que hizo en su momento el Gobernador el primero de may
o pasado sobre las escuelas albergue. Para escuchar la voz del cacique hacer




A continuación el texto de difusión por el suceso que es orgullo de una comunidad casi olvidada:
continuación el texto de difusión por el suceso que es orgullo de una comunidad casi olvidada:

La comunidad huarpe 
de El Puerto construyó su escuela a espaldas de la desidia de los funcionarios de las distintas gestiones que desde 2005, en su mayoría, sólo se encargaron de entorpecer el proyecto y negar el apoyo. El derecho básico a vivir con los propios hijos no les asiste a las comunidades rurales de toda la provincia, que deben desprenderse de sus niños durante diez días para que vivan en escuelas albergue. La historia de la patriada de los huarpes de El Puerto, 150 kilómetros al norte de la Ciudad de Mendoza, no sólo muestra lo que es capaz de hacer una comunidad organizada y solidaria, sino que pone en duda la función de las escuelas albergue y la efectividad de los proyectos educativos que deciden por sobre las condiciones culturales y humanas de los sectores con menos oportunidades. La crónica que sigue se escribió en base al documental “Güentota, una escuela para El Puerto”, del realizador Miguel Ángel “Patán” Purpora, que se estrenará el 19 de abril, día del Aborigen, en el microcine de la Ciudad de Mendoza.


Crónica de una humilde gesta

El cacique Ramón Azaguate se cebó un mate largo y pensó que ese silencio ausente en el que estaba sumida su comunidad huarpe tenía que solucionarse. Las mujeres andaban tristes, los 
hombres extraviados y el caserío se había transformado en un lugar sin vida. “Es la lejura de los niños”, dijo su hija Silvia mientras movía la pavita al rescoldo del fogón y suspiraba con amargura. Ella tiene tres chicos en la escuela albergue de San Miguel de los Sauces, a 35 kilómetros: la Pity, el Lorenzo y el más chiquito que va al jardín, el Nahuel, que se tienen que ir lo mismo con la trafic 10 días al albergue, aunque llore y se enferme, en Mendoza han decidido que ese chico tiene que criarse con extraños.
Al igual que la de Silvia, el resto de las familias de El Puerto sentían que se quedaban secas, que les llevaban la mejor de la vida y les devolvían extraños a sus propios hijos después de tantos días.
Ramón, el líder de la comunidad, le dijo a su hija que no se olvidara de atender la parición de las chivas y que después fuera casa por casa convocando a los mayores a una reunión para esa misma noche. La noticia llegó hasta la comunidad de Tres Cruces, a 12 kilómetros, “el viejo Azaguate quiere que nos juntimos hoy”, fueron a desgano porque hacía mucho que no se reunían. A la tardecita empezaron a llegar y esperaron en torno de la rueda de mate, los Azaguate, la Lina y el Aníbal, la Marta, el Fabián y la Nena, a todos les dijo el cacique con su estilo sencillo y contundente: “Tenimos que hacer una escuelita aquí, en El Puerto, los niños chicos tiene que dormir en las casas”.

La idea sonaba tan descabellada e imposible como la construcción de las pirámides. ¿Cómo iban a lograr tener escuela propia los que no tienen nada, los últimos de los últimos, los que perdieron hasta el derecho hasta del agua limpia?.

La idea de Azaguate no fue tan descabellada y un buen día adquirieron los materiales.

El lugar se llama El puerto porque antiguamente había una balsa que trasladaba a la gente de un lado al otro del Río San Juan, río actualmente contaminado por altas concentraciones de boro que mata los peces y torna el agua imposible de beber.
“El viejo está loco”, decían por lo bajo las mujeres mientras cortaban junquillo, “no nos van a dar ni cinco”, vaticinó Marta, sin equivocarse, porque así fue, la Municipalidad de Lavalle dijo que no había presupuesto ni tiempo para construir pirámides en los medanales, lo mismo la Dirección General de Escuelas, desde el 2005, cuando empezaron las gestiones. “Ahora parece que los huarpes quieren vivir con sus hijos, como si no hubiera problemas más graves en Mendoza” habrá dicho algún funcionario de la DGE o del Municipio mientras postergaba nuevamente la reunión con los habitantes del desierto, para la semana que viene, o para la otra, para después de las elecciones, vengase después de la Vendimia, hablemos cuando pasen las elecciones.


Los chicos del desierto tienen hasta computadoras en la nueva escuelita.

Espacio virtual de una pequeña comunidad
TEMAS A FONDO ofrece de aquí en más a través de relatos grabados la historia de cómo una pequeña comunidad de no más de 150 personas, olvidadas por todos, pudo sobreponerse a la indiferencia de los funcionarios y construir su escuela con ayuda de algunos voluntarios que afortunadamente vieron más allá de las próximas elecciones, como el documentalista Miguel Ángel Purpora, Patán, que trabajo durante tres años en un mediometraje sobre la comunidad de El Puerto, al tiempo que ayudó a levantar la escuela con sus manos.
La construcción del edificio se hizo con donaciones chiquitas que se fueron juntando: ladrillos, hierros, cemento, la bandera para izar todas las mañanas. Mientras los funcionarios de distintas gestiones se debatían en la conveniencia o la inconveniencia de que gente tan silenciosa y rara como los huarpes vivieran con sus hijos, ellos se encargaron de levantar la escuela que comenzó a funcionar en 2008.
“Son 25 chicos, la matrícula es muy chica” les respondieron en Casa de Gobierno hace 3 años; “si es cuestión de tener más niños nos ponemos a hacerlos ya”, le respondió al funcionario un huarpe que había permanecido parado y que parecía hasta ese momento carecer del don de la palabra.
El ejemplo de la comunidad de El Puerto contagió a los pobladores de La Majada y el Cavadito que también levantaron sus propias escuelas.